Cambio
[Resolución]

El ser humano posee un color propio y único. Algunos tienen un color brillante y nítido, mientras que otros poseen tonos suaves y delicados.
Pero al encontrarse con diferentes personas y situaciones, ese color madura, se desgasta y finalmente crea otro matiz propio.

En general, la palabra identidad significa una naturaleza inmutable. Sin embargo, al vivir en este mundo, esa identidad cambia según el entorno.
No desaparece, sino que se mezcla. Así es como crecemos y avanzamos.

.

.

.

En medio de una reunión bulliciosa, había una joven disfrutando de unas copas.
Estaba en su primer año de universidad, y su carácter era bastante alegre y desenfadado.
Para convivir con la gente se unió al consejo estudiantil, participando en varias actividades,
y como le gustaba beber, a menudo se quedaba hasta altas horas de la madrugada.

A ojos de los demás, no era más que alguien imprudente, una persona que parecía vivir sin pensar demasiado.
Sin embargo, había una carencia que nadie conocía: la ausencia de existencia. Cuando estaba sola por la noche y miraba el espejo antes de dormir, veía reflejado el rostro de una niña.
Su aspecto le resultaba familiar, pero no sabía quién era ni por qué tenía esa expresión tan triste. La mirada borrosa de aquella niña se asemejaba a la de un cadáver que se apaga lentamente.

En realidad, llevaba bastante tiempo perdida. Preguntas sin resolver llenaban su mente: “¿Es esta la vida que quiero?”, “¿Quién soy realmente?”.
Muchas noches se dormía con un vacío inexplicable y una soledad punzante. No sabía cómo llenar esa carencia, así que simplemente dejaba que el tiempo pasara.

Al convertirse en adulta, tuvo que ganar su propio sustento. Entre varios trabajos, se fijó en uno de asistente administrativa que había conocido a través de un conocido. No sabía manejar bien la computadora ni tenía idea de lo que se hacía en una oficina, pero como necesitaba dinero con urgencia, no podía detenerse a pensarlo demasiado.

El jefe de aquel lugar dirigía tanto una academia como un negocio personal. A pesar de tener más de 50 años, amaba su trabajo y era auténtico con su carrera. Tan apasionado era que su teléfono sonaba sin parar, y al mirar su calendario lleno de citas, la joven no podía evitar asombrarse. Ese ardor tan intenso encendió también una chispa en ella, que, aunque torpemente, intentaba manejar archivos y seguir con el trabajo.

A veces aquel jefe la detenía para contarle historias brillantes sobre la vida y los sueños. Sus ojos resplandecían mientras hablaba, y aquellas palabras despertaban su curiosidad. Pero ella ya tenía un plan: graduarse y conseguir un buen empleo. Por eso, esa curiosidad no pasó de un interés pasajero.

Sin embargo, al escuchar las mismas historias tres o cuatro veces, se dio cuenta de algo: al otro lado del mundo que ella conocía, existía uno completamente distinto. Ese mundo giraba a una velocidad mucho más rápida, habitado no por genios o millonarios, sino por personas que, inmersas en el fluir del tiempo, corrían con todas sus fuerzas hacia algo. Aunque el ritmo era extenuante, sus espíritus eran claros, y sus corazones rebosaban una pasión ardiente por sus sueños.

Ella pensaba que “seguir los sueños y la pasión” era algo reservado a unos pocos afortunados: los nacidos en familias privilegiadas, los que tenían mentes brillantes, o los que lograban todo con esfuerzo. Así, sin siquiera intentarlo, había decidido que no era para ella y había renunciado a sus propias pasiones, limitándose a envidiar a quienes avanzaban hacia sus sueños.

Pero al reconocer la existencia de aquel otro mundo, algo empezó a presionar dentro de su corazón. Quizás allí residía la respuesta a esa carencia enquistada durante tanto tiempo, a esa repetida pregunta sobre el sentido de su existencia.

Poco a poco, la vida universitaria fue perdiendo sentido, mientras su corazón latía con más fuerza que nunca, orientándose hacia algún otro lugar. La verdad es que aún no sabía qué hacer ni adónde ir. Aun así, decidió armarse de valor, y tras terminar su primer año de universidad, abandonó los estudios. En ese momento se rompió el muro inconsciente que le dictaba que debía graduarse y conseguir un buen empleo.

En medio de la vida, después de haber seguido dócilmente lo que la sociedad le imponía, ahora estaba frente a una aventura para vivir la vida que ella realmente deseaba.

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El ser humano posee un color propio y único. Algunos tienen un color brillante y nítido, mientras que otros poseen tonos suaves y delicados.
Pero al encontrarse con diferentes personas y situaciones, ese color madura, se desgasta y finalmente crea otro matiz propio.

En general, la palabra identidad significa una naturaleza inmutable. Sin embargo, al vivir en este mundo, esa identidad cambia según el entorno.
No desaparece, sino que se mezcla. Así es como crecemos y avanzamos.

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En medio de una reunión bulliciosa, había una joven disfrutando de unas copas.
Estaba en su primer año de universidad, y su carácter era bastante alegre y desenfadado.
Para convivir con la gente se unió al consejo estudiantil, participando en varias actividades,
y como le gustaba beber, a menudo se quedaba hasta altas horas de la madrugada.

A ojos de los demás, no era más que alguien imprudente, una persona que parecía vivir sin pensar demasiado.
Sin embargo, había una carencia que nadie conocía: la ausencia de existencia. Cuando estaba sola por la noche y miraba el espejo antes de dormir, veía reflejado el rostro de una niña.
Su aspecto le resultaba familiar, pero no sabía quién era ni por qué tenía esa expresión tan triste. La mirada borrosa de aquella niña se asemejaba a la de un cadáver que se apaga lentamente.

En realidad, llevaba bastante tiempo perdida. Preguntas sin resolver llenaban su mente: “¿Es esta la vida que quiero?”, “¿Quién soy realmente?”.
Muchas noches se dormía con un vacío inexplicable y una soledad punzante. No sabía cómo llenar esa carencia, así que simplemente dejaba que el tiempo pasara.

Al convertirse en adulta, tuvo que ganar su propio sustento. Entre varios trabajos, se fijó en uno de asistente administrativa que había conocido a través de un conocido. No sabía manejar bien la computadora ni tenía idea de lo que se hacía en una oficina, pero como necesitaba dinero con urgencia, no podía detenerse a pensarlo demasiado.

El jefe de aquel lugar dirigía tanto una academia como un negocio personal. A pesar de tener más de 50 años, amaba su trabajo y era auténtico con su carrera. Tan apasionado era que su teléfono sonaba sin parar, y al mirar su calendario lleno de citas, la joven no podía evitar asombrarse. Ese ardor tan intenso encendió también una chispa en ella, que, aunque torpemente, intentaba manejar archivos y seguir con el trabajo.

A veces aquel jefe la detenía para contarle historias brillantes sobre la vida y los sueños. Sus ojos resplandecían mientras hablaba, y aquellas palabras despertaban su curiosidad. Pero ella ya tenía un plan: graduarse y conseguir un buen empleo. Por eso, esa curiosidad no pasó de un interés pasajero.

Sin embargo, al escuchar las mismas historias tres o cuatro veces, se dio cuenta de algo: al otro lado del mundo que ella conocía, existía uno completamente distinto. Ese mundo giraba a una velocidad mucho más rápida, habitado no por genios o millonarios, sino por personas que, inmersas en el fluir del tiempo, corrían con todas sus fuerzas hacia algo. Aunque el ritmo era extenuante, sus espíritus eran claros, y sus corazones rebosaban una pasión ardiente por sus sueños.

Ella pensaba que “seguir los sueños y la pasión” era algo reservado a unos pocos afortunados: los nacidos en familias privilegiadas, los que tenían mentes brillantes, o los que lograban todo con esfuerzo. Así, sin siquiera intentarlo, había decidido que no era para ella y había renunciado a sus propias pasiones, limitándose a envidiar a quienes avanzaban hacia sus sueños.

Pero al reconocer la existencia de aquel otro mundo, algo empezó a presionar dentro de su corazón. Quizás allí residía la respuesta a esa carencia enquistada durante tanto tiempo, a esa repetida pregunta sobre el sentido de su existencia.

Poco a poco, la vida universitaria fue perdiendo sentido, mientras su corazón latía con más fuerza que nunca, orientándose hacia algún otro lugar. La verdad es que aún no sabía qué hacer ni adónde ir. Aun así, decidió armarse de valor, y tras terminar su primer año de universidad, abandonó los estudios. En ese momento se rompió el muro inconsciente que le dictaba que debía graduarse y conseguir un buen empleo.

En medio de la vida, después de haber seguido dócilmente lo que la sociedad le imponía, ahora estaba frente a una aventura para vivir la vida que ella realmente deseaba.

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[Resolución]

El ser humano posee un color propio y único. Algunos tienen un color brillante y nítido, mientras que otros poseen tonos suaves y delicados.
Pero al encontrarse con diferentes personas y situaciones, ese color madura, se desgasta y finalmente crea otro matiz propio.

En general, la palabra identidad significa una naturaleza inmutable. Sin embargo, al vivir en este mundo, esa identidad cambia según el entorno.
No desaparece, sino que se mezcla. Así es como crecemos y avanzamos.

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En medio de una reunión bulliciosa, había una joven disfrutando de unas copas.
Estaba en su primer año de universidad, y su carácter era bastante alegre y desenfadado.
Para convivir con la gente se unió al consejo estudiantil, participando en varias actividades,
y como le gustaba beber, a menudo se quedaba hasta altas horas de la madrugada.

A ojos de los demás, no era más que alguien imprudente, una persona que parecía vivir sin pensar demasiado.
Sin embargo, había una carencia que nadie conocía: la ausencia de existencia. Cuando estaba sola por la noche y miraba el espejo antes de dormir, veía reflejado el rostro de una niña.
Su aspecto le resultaba familiar, pero no sabía quién era ni por qué tenía esa expresión tan triste. La mirada borrosa de aquella niña se asemejaba a la de un cadáver que se apaga lentamente.

En realidad, llevaba bastante tiempo perdida. Preguntas sin resolver llenaban su mente: “¿Es esta la vida que quiero?”, “¿Quién soy realmente?”.
Muchas noches se dormía con un vacío inexplicable y una soledad punzante. No sabía cómo llenar esa carencia, así que simplemente dejaba que el tiempo pasara.

Al convertirse en adulta, tuvo que ganar su propio sustento. Entre varios trabajos, se fijó en uno de asistente administrativa que había conocido a través de un conocido. No sabía manejar bien la computadora ni tenía idea de lo que se hacía en una oficina, pero como necesitaba dinero con urgencia, no podía detenerse a pensarlo demasiado.

El jefe de aquel lugar dirigía tanto una academia como un negocio personal. A pesar de tener más de 50 años, amaba su trabajo y era auténtico con su carrera. Tan apasionado era que su teléfono sonaba sin parar, y al mirar su calendario lleno de citas, la joven no podía evitar asombrarse. Ese ardor tan intenso encendió también una chispa en ella, que, aunque torpemente, intentaba manejar archivos y seguir con el trabajo.

A veces aquel jefe la detenía para contarle historias brillantes sobre la vida y los sueños. Sus ojos resplandecían mientras hablaba, y aquellas palabras despertaban su curiosidad. Pero ella ya tenía un plan: graduarse y conseguir un buen empleo. Por eso, esa curiosidad no pasó de un interés pasajero.

Sin embargo, al escuchar las mismas historias tres o cuatro veces, se dio cuenta de algo: al otro lado del mundo que ella conocía, existía uno completamente distinto. Ese mundo giraba a una velocidad mucho más rápida, habitado no por genios o millonarios, sino por personas que, inmersas en el fluir del tiempo, corrían con todas sus fuerzas hacia algo. Aunque el ritmo era extenuante, sus espíritus eran claros, y sus corazones rebosaban una pasión ardiente por sus sueños.

Ella pensaba que “seguir los sueños y la pasión” era algo reservado a unos pocos afortunados: los nacidos en familias privilegiadas, los que tenían mentes brillantes, o los que lograban todo con esfuerzo. Así, sin siquiera intentarlo, había decidido que no era para ella y había renunciado a sus propias pasiones, limitándose a envidiar a quienes avanzaban hacia sus sueños.

Pero al reconocer la existencia de aquel otro mundo, algo empezó a presionar dentro de su corazón. Quizás allí residía la respuesta a esa carencia enquistada durante tanto tiempo, a esa repetida pregunta sobre el sentido de su existencia.

Poco a poco, la vida universitaria fue perdiendo sentido, mientras su corazón latía con más fuerza que nunca, orientándose hacia algún otro lugar. La verdad es que aún no sabía qué hacer ni adónde ir. Aun así, decidió armarse de valor, y tras terminar su primer año de universidad, abandonó los estudios. En ese momento se rompió el muro inconsciente que le dictaba que debía graduarse y conseguir un buen empleo.

En medio de la vida, después de haber seguido dócilmente lo que la sociedad le imponía, ahora estaba frente a una aventura para vivir la vida que ella realmente deseaba.

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[Resolución]

El ser humano posee un color propio y único. Algunos tienen un color brillante y nítido, mientras que otros poseen tonos suaves y delicados.
Pero al encontrarse con diferentes personas y situaciones, ese color madura, se desgasta y finalmente crea otro matiz propio.

En general, la palabra identidad significa una naturaleza inmutable. Sin embargo, al vivir en este mundo, esa identidad cambia según el entorno.
No desaparece, sino que se mezcla. Así es como crecemos y avanzamos.

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En medio de una reunión bulliciosa, había una joven disfrutando de unas copas.
Estaba en su primer año de universidad, y su carácter era bastante alegre y desenfadado.
Para convivir con la gente se unió al consejo estudiantil, participando en varias actividades,
y como le gustaba beber, a menudo se quedaba hasta altas horas de la madrugada.

A ojos de los demás, no era más que alguien imprudente, una persona que parecía vivir sin pensar demasiado.
Sin embargo, había una carencia que nadie conocía: la ausencia de existencia. Cuando estaba sola por la noche y miraba el espejo antes de dormir, veía reflejado el rostro de una niña.
Su aspecto le resultaba familiar, pero no sabía quién era ni por qué tenía esa expresión tan triste. La mirada borrosa de aquella niña se asemejaba a la de un cadáver que se apaga lentamente.

En realidad, llevaba bastante tiempo perdida. Preguntas sin resolver llenaban su mente: “¿Es esta la vida que quiero?”, “¿Quién soy realmente?”.
Muchas noches se dormía con un vacío inexplicable y una soledad punzante. No sabía cómo llenar esa carencia, así que simplemente dejaba que el tiempo pasara.

Al convertirse en adulta, tuvo que ganar su propio sustento. Entre varios trabajos, se fijó en uno de asistente administrativa que había conocido a través de un conocido. No sabía manejar bien la computadora ni tenía idea de lo que se hacía en una oficina, pero como necesitaba dinero con urgencia, no podía detenerse a pensarlo demasiado.

El jefe de aquel lugar dirigía tanto una academia como un negocio personal. A pesar de tener más de 50 años, amaba su trabajo y era auténtico con su carrera. Tan apasionado era que su teléfono sonaba sin parar, y al mirar su calendario lleno de citas, la joven no podía evitar asombrarse. Ese ardor tan intenso encendió también una chispa en ella, que, aunque torpemente, intentaba manejar archivos y seguir con el trabajo.

A veces aquel jefe la detenía para contarle historias brillantes sobre la vida y los sueños. Sus ojos resplandecían mientras hablaba, y aquellas palabras despertaban su curiosidad. Pero ella ya tenía un plan: graduarse y conseguir un buen empleo. Por eso, esa curiosidad no pasó de un interés pasajero.

Sin embargo, al escuchar las mismas historias tres o cuatro veces, se dio cuenta de algo: al otro lado del mundo que ella conocía, existía uno completamente distinto. Ese mundo giraba a una velocidad mucho más rápida, habitado no por genios o millonarios, sino por personas que, inmersas en el fluir del tiempo, corrían con todas sus fuerzas hacia algo. Aunque el ritmo era extenuante, sus espíritus eran claros, y sus corazones rebosaban una pasión ardiente por sus sueños.

Ella pensaba que “seguir los sueños y la pasión” era algo reservado a unos pocos afortunados: los nacidos en familias privilegiadas, los que tenían mentes brillantes, o los que lograban todo con esfuerzo. Así, sin siquiera intentarlo, había decidido que no era para ella y había renunciado a sus propias pasiones, limitándose a envidiar a quienes avanzaban hacia sus sueños.

Pero al reconocer la existencia de aquel otro mundo, algo empezó a presionar dentro de su corazón. Quizás allí residía la respuesta a esa carencia enquistada durante tanto tiempo, a esa repetida pregunta sobre el sentido de su existencia.

Poco a poco, la vida universitaria fue perdiendo sentido, mientras su corazón latía con más fuerza que nunca, orientándose hacia algún otro lugar. La verdad es que aún no sabía qué hacer ni adónde ir. Aun así, decidió armarse de valor, y tras terminar su primer año de universidad, abandonó los estudios. En ese momento se rompió el muro inconsciente que le dictaba que debía graduarse y conseguir un buen empleo.

En medio de la vida, después de haber seguido dócilmente lo que la sociedad le imponía, ahora estaba frente a una aventura para vivir la vida que ella realmente deseaba.

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